6 feb 2010

Camino al 2012

Y así, de la forma más simple posible, con la mente en blanco, una noche espléndida de verano, de esas noches frescas, con una ventisca hermosa, cielo semi despejado y estrellas mirándome desde el cielo, quizás preguntándose ¿Qué hace este loco en la terraza cuando son casi las once de la noche escribiendo en su computadora?

La verdad hoy me siento como esos escritores que vemos en las películas, con las manos como pluma, las teclas como tinta y la pantalla como papiro, que está ahí, presente, y esperando que mi mano se deslice sobre él para que le cuente las verdades más crudas y pasibles de interpretar para el que escribe y para el que lee.

Hoy que me he dispuesto a escribir parece un día más, como cualquier otro, pero tiene la particularidad, que 2 de mis vecinos hablan en voz alta, como discutiendo, pero al detenerme pecaminosamente a escuchar, me doy cuenta de que hablan, eso me lleva a preguntarme, ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ocurre? ¿Por qué la gente se habla en volumen tan alto? A veces pienso que no se escuchan, pero cuando me detengo a escuchar, me doy cuenta que se oyen, pero no se escuchan, y el levantamiento del volumen de la voz es simplemente una razón, creo yo, por las que esas personas piden a gritos ser escuchadas, y lo hacen tan firmemente, tan fuertemente, tan incisivamente, que me lleva a pensar que su único fin es robarles energía a las personas con las que hablan. Haciéndoles creer a toda costa, elevando la voz al volumen que sea necesario para obligar al otro a creer que ellas tienen razón, para que de esa manera puedan obtener su energía. Las personas recepcionistas de ese discurso proveniente de una persona con personalidad de intimidador[1] tienen distintas formas de responder a ello, si se sienten muy apabullados y atacados pueden llegar a las lágrimas, transformándose en el pobre de mí[2], como suele ocurrir en mi vecindario, o bien tomando la personalidad distante[3], sin emitir comentario alguno y refugiándose en su silencio, o puede haber desarrollado en el pasado a un intimidador[4] respondiendo a los gritos con más gritos y transformándose en un pelea de las que vemos de seguido en la televisión, películas, en los padres, amigos, en la calle o en todos los lugares donde prestemos atención.

Que nos ocurre, ¿Por qué la intolerancia? De donde proviene esa falta de entendimiento, cuando fue el día que empezamos a dejar de escucharnos los unos a los otros, ¿Cuando dejó de importarnos lo que piensan los demás? ¿Cuándo fue el día en que dejamos de conversar con las personas que nos encontramos en la calle y empezamos a levantar la mano en señal de saludo impersonal?

Quizás hoy sea tiempo de sentarnos y hablar con nuestros vecinos, amigos, empleados, padres, hijos, jefes y con todas esas personas con las que nos cruzamos una y otra vez en el día, en la calle, en el subte, en el colectivo, en el tren, en el avión. Personas que la vida nos pone enfrente para escuchar el mensaje que tienen para nosotros y para que nosotros les demos el nuestro. Paremos un segundo, un minuto; y dicho sea al pasar si por esas causalidades estás pensando en que no tenés tiempo, en que es una pérdida de tiempo, les cuento un secreto: el tiempo es imposible de poseer, imposible de guardar, de atesorar, y las oportunidades son un regalo divino que el universo hace para nosotros.

Nos vemos en la próxima entrega de “Camino al 2012”



[1] Redfield, James. La novena revelación. (The Celestine Prophecy). Editorial Atlántida. Capítulo 6

[2] Ídem anterior

[3] Ídem anterior

[4] Ídem anterior

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